Transitamos
una calle de ripio, entre el bosque y la montaña tan deteriorada que
hasta a los paisanos les cuesta avanzar. Compartimos el auto con un muchacho
del bolsón que se viene a encontrar con unos amigos y tras doce kilómetros llegamos al paraíso.
Las
montañas guardan celosamente este lugar como un tesoro y uno enseguida se da
cuenta porque. El agua trasparente, las piedras en el fondo y la costa, los
arboles y para terminar de concluir esta obra de arte el destino puso una
pincelada especial. Un velero navegando a lo lejos y otra barcaza más anclada
en la orilla.
Nos
sentamos mirando el horizonte y comenzamos el ritual gaucho donde los elementos
se unen para nosotros, el agua, el fuego y la yerba representado a la tierra.
Pero dicho ritual es suspendido por unos momentos tras el descubrimiento de mi
compañera.
Agarra
plata que están vendiendo torta fritas!!! Me sorprende por detrás. Pero la
emoción dura poco ya que al llegar, frente a mis ojos se llevan las últimas.
Volvemos
a lo nuestro mientras nuestra compañerita a pesar de la temperatura del agua
juega con otras nenas que acaba de conocer, se ríen, corren, se sumergen como
si se conocieran desde toda la vida.
Sin señal
en el celular, sin música ni preocupaciones que rompan con la paz del lugar, a
lo lejos se ve llegar una canoa y junto a ella un labrador nadando a la
par y atrapando las miradas de todos al llegar se pone a jugar en la orilla entrando y saliendo del
agua en busca de los palos que le lanzan.
Las
rapaces sobrevuelan entre las montañas y los arboles hasta que diviso a una
posada en un árbol de ramas secas. La luz no es la mejor para este tipo de
fotografía pero igual cámara en mano intento llevarme esa imagen mientras el
sol lentamente se esconde entre las montañas.
El
paisaje a cada minuto nos vuelve a sorprender las sombras le dan otro tinte a
la pintura y nos deja boca abierta otra vez. Las horas pasan y los
visitantes se van retirando uno tras otro hasta que quedan solos lo que acampan
en el lugar y nosotros que nos resistimos a irnos.
El lugar
si llena de paz rápidamente y el silencio se hace presente. Mientras las chicas
se arreglan para salir, me acerco a un hombre que está escondiendo una lata
entre las piedras y en la cual enrolla la tanza de su línea que más adelante se
sumerge en las aguas del lago. La pesca en estos lados es solo con
moscas por lo que perseguido por su falta el hombre en un principio se nota un
poco desconfiado, pero más adelante me cuenta que el día anterior estuvo
pescando con esta modalidad, pero al no tener las moscas apropiadas o mejor
dicho preparada de forma apropiada (sin los flecos) un guarda parques
casi le retiene el equipo. Por lo que hoy prefiere perder una lata y no un
reel.
Ya es
tarde y es hora de volver al campamento. Pero atrapados por la belleza del
lugar nos quedamos más de la cuenta y comprometemos el plan de tomar nuevamente
el colectivo a El Bolsón… Por suerte este se retraso y lo pudimos tomar bien.