El monte está tranquilo, lleno de cantos, lleno
de vida. Llegamos en la canoa de Ignacio. No era el plan original ya que luego
de cuatro horas de navegación en la lancha colectiva a quince minutos de
llegar, entrando en el Parana Guazu a esta se le rompe el eje de transmisión y
debemos llamar a los chicos de Riestra Guazu para que nos vengan a buscar.
Pero llegamos, somos tres locos que le
invadimos la casa a esta familia con el fin de arrancar el primer corto
documental sobre Monte Blanco. Sergio Victorino, yo y nuestro eslabón
más importante Emilse Guglielmetti quien nos contacto con la isla.
De inmediato Flabia e Ignacio junto a sus hijas
nos abrieron las puertas de su casa. Una hermosa casa rodeada de monte donde el
calor del hogar te abraza al pasar por la puerta de entrada. En su interior nos
presentamos un poco mejor y ellos con la ayuda de mapas, fotos y toda su
experiencia nos presentaron en monte. Llenándonos de expectativas y una
ansiedad enorme por salir ya a cazar la luz con nuestras cámaras.
Setecientas hectáreas son imposibles de
recorrer en tan pocos días, por lo que mientras almorzamos armamos un plan de
cómo encarar la filmación. O mejor dicho nos cuentan como tenían planeado ellos
en encararla ya que nosotros solo podemos escucharlos y embebernos de su
experiencia.
Preparamos el equipo y salimos en la canoa por
el arroyo dejando atrás el Parana Guazu. Los sonidos de la naturaleza nos
envuelven de inmediato al apagar el motor. Desandemos en un albardón,
descendemos en el monte entrando a un lugar virgen, lugar de suma importancia
ya que en el delta, tanto de Entre Ríos como de Buenos Aires son muy pocos los
parches que quedan intactos a salvo de la deforestación y la industria
maderera.
El rio esta alto y los albardones están
inundados, avanzamos con el agua por encima de nuestros calzados, otras veces
llegan hasta las rodillas. Pese a la preocupación de Flavia que le sale su
instinto de madre y no quiere que nos mojemos demasiado. Estamos en el monte,
en un lugar mágico, donde vemos arboles de más de cien años y lo mejor de todo
miles y miles de retoños. Canelón, Anacahuita, Mataojo, Espinillos ceibos,
entre otros árboles que conviven en armonía con los helechos, Jazmines del aire
y otras epifitas que decoran los troncos y las aves que se escapan de nuestra
presencia pero podemos oírlas con sus diversos cantos.
Seguimos avanzando cruzando pequeños arroyitos de aguas claras que escurren los pajonales y terminan mezclándose con las aguas marrones del Paraná. Una junta de Pavas de monte levantan vuelo delante nuestro con su característico canto que parece despertar a todo el lugar. El monte está vivo y lleno de energía, está sano y no nos alcanza los ojos para ver todo y menos para filmar. El sol ya está cayendo en el horizonte y si bien tenemos bastante luz no queremos que la noche nos sorprenda adentro.
Retomamos el camino y antes de llegar al punto
de partida escuchamos a Ignacio junto a las nenas y Hernan amigo de los chicos
y de Emilse. Uno de los primeros en descubrir esta joya. “Nosotros cuidábamos
el monte por instinto y llego Hernan y nos abrió los ojos sobre la importancia
del lugar” nos cuenta Flavia.
Regresamos a la canoa y el horizonte se parece
prenderse fuego en un ocaso que nos deja con la boca abierta a todos. Los
naranjas del cielo contrastan con el negro del monte que ya está siendo
devorado por las sombras.
La noche fría llego y el calor del fuego nos
abrazo mientras las carnes se asaban al fuego y como siempre la sabia naturaleza
le puso su toque apagando el fuego justo a tiempo con las aguas del rio que se
adentraban tierra adentro en una crecida que nos sorprendió a todos.
El nuevo día llego con los cantos de las aves y
un hermoso sol. Desayunamos y preparamos el equipo mientras Ignacio sale a
buscar una piragua.
El plan de hoy es realizar una flotada por el
arroyo hasta una vieja casa en el fondo del mismo. Tomando imágenes de las
costas.
Flavia, Emilse y Hernan salen primero y se
adelantan para adentrarse nuevamente en el monte en busca de un árbol que
encontramos en el día de ayer y no pudimos identificar. Nosotros salimos con
otra con ritmo más lento y disfrutando del paisaje, tratando de capturar todo a
nuestro andar.
Pasamos por el lugar que ayer bajamos al
albardón pero no vemos la piragua de los chicos. Seguimos adelante hasta
encontrar un lugar apropiado para bajar y filmar algunas aves en la
tranquilidad del arroyo. Mientras
esperamos que llegue la otra piragua.
El tiempo paso y los chicos no llegaron por lo
que decidimos tomar otra vez los remos y retomar el arroyo ya que no estábamos
seguros si era la dirección correcta y al no ver la piragua supusimos que
estaban adelante nuestro en algún momento y tomaron otro arroyo.
Al encontrarnos en una curva las dos piraguas
volvimos a retomar la dirección hacia el final del arroyo pasando por lugares
sacados de un cuento de hadas, donde arboles añejos visten en sus ramas barbas
de viejo que cuelgan desafiando la gravedad.
Bajamos en la casa abandonada donde la
naturaleza reclamo su lugar y hoy es cuna de un zorzal quien armo su nido en un
rincón, cama de una lechuza o el pasatiempo de un gato montes que paso por el
lugar y dejo las heces como señal de su presencia.
Nos fuimos con algunas de las egagrópilas
y con ganas de acampar durante la noche en la casa para lograr ser parte
de toda esa biodiversidad.
Retomamos el arroyo y volvemos a descender de
las piraguas pero esta vez para adentrarnos de aquel paisaje encantado y
avanzamos entre las barbas de viejo con intenciones de llegar a una gran
palmera Pindo, símbolo de que este monte tiene sus raíces en tierras más
tropicales. Pero la zarzamora traída por los italianos para hacer vino y hoy es
una plaga. Echa para atrás nuestro plan con sus espinas. Por lo que entramos
con las piraguas por otro arroyito que tiene su salida escondida con vegetación
y llegamos hacia la palmera que apenas llegamos a ver su copa entre el follaje
con más de cien años un verdadero símbolo del monte.
Regresamos hacia la casa de los chicos y sin
tener conocimiento de cuánto tiempo estuvimos remando y para nuestra sorpresa estuvimos
remando más de seis horas y ya estábamos rozando las cinco de la tarde.
Entre mates charlas algo de pesca el día fue
culminando con una sección de fotografía nocturnal en medio de la paz de la
noche.
Nuestro último día comenzó lento, el cansancio
se hace valer y un desayuno largo y pausado puso fin a las jornadas de
filmación. Relajación total… disfrutando a pleno el canto de los pájaros, el
sol que se filtra tímidamente entre las nubes y la paz la pura paz que nos
envuelve…
Pasado el medio día y próximo a nuestra partida
las nenas propusieron un partido de futbol y aprovechando al máximo las visitas
un picadito isleño se desato hasta que en el horizonte lejano la lancha
colectiva le puso fin.
Un fuerte abrazo marco nuestra despedida con
Flavia e Ignacio. Un nuevo camino recorrido, un mágico lugar y unos amigos que
quedaran en nuestros corazones.