Al refugio de caritativa sombra me senté a descansar. El remanso natural procedía del pino, ser primigenio, quien acogió mi fatiga con serena tolerancia. Bajo el verde restallar de su copa percibí la energía retornando hacia las fuentes de mi matriz, en lenta pero segura provisión. Entonces, reparé que yo y él estábamos vinculados por la armonía en que árbol y hombre se complementan al reconocer su hermandad cósmica. La diversidad abarcó mi ser, desperdigando el ego en miles de fragancias y evoluciones.
Entre los clausurados labios jugaba una brizna de tal brillo, el viento imprimía círculos en los pastos color jamás pensado. Aves, almas errantes, nubes, danzaban al ritmo del latido con que el universo se expande. ¡Oh, cómo vuelve el orden primordial, contagiándome sus atributos!. Desde el fértil prado una emoción nutría purezas. Suave amparo maternovegetal. Presiento que se detuvo el curso de rutina, ningún horario corrido llegó a distraer el pendular del intelecto. Y fui uno con el devenir global y sus circunstancias...
Así en suspensión permanecí indiferente al paso de una hora o diez, hasta que, nuevamente el camino reclamó su bien ganado prestigio. Afirmando el pie espontáneo sobre la grava reinicié la travesía, sin metas a conquistar de momento.
Una terrena vitalidad y el rumbo claro son regalos del viejo pino. Los provee sin rodeos ni demandas de compensación, a cuanto peregrino se avenga hasta su cono de sombra y paz de la que no abunda.
ARLANE
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